BIENVENIDOS, AQUI SUBIRE LOS PRIMERO CAPITULOS DE LOS LIBROS LA CASA DE LA NOCHE EN ESPAÑOL!! ESPERO OS GUSTE!!!

martes, 7 de abril de 2009

primer capitulo de marcada!!

Marcada
P. C. Cast y Kristin Cast
Traducción de Jaime Ortiz Núñez
Pandora
Agradecimientos
Me gustaría dar las gracias a un maravilloso alumno mío, John
Maslin, por su ayuda en la investigación y por leer y compartir sus
opiniones sobre las muchas versiones provisionales del libro. Su
aportación fue inestimable.
Un enorme «¡Gracias chicos!» va para mis clases de escritura
creativa del curso 2005-2006. Vuestra lluvia de ideas fue de gran
ayuda (y muy divertida).
También quiero dar las gracias a mi fantástica hija, Kristin, por
asegurarse de que sonábamos como adolescentes. No podría haberlo
hecho sin ti. (Me ha obligado a ponerlo).
—P. C.
Quiero dar las gracias a mi adorable «mamá», más conocida como
P. C., por ser una autora de tan increíble talento y alguien con quien
es sencillo trabajar. (Sí, me ha obligado a ponerlo).
—Kristin
Tanto P. C. como Kristin dan las gracias a su padre/abuelo, Dick
Cast, por ayudar a crear la hipótesis biológica en la que se basan los
vampiros de La Casa de la Noche. ¡Te queremos papá/abuelo!
Del poema de Hesíodo a Nyx, personificación griega de la
noche:
«También se encuentra allí la tenebrosa casa de la Noche,
terribles nubes la envuelven en la oscuridad.
Ante ella, Atlas se mantiene firme y sostiene con solidez
el ancho cielo sobre su cabeza e infatigables brazos,
allí donde la Noche y el Día se acercan más
y se saludan al cruzar el umbral de bronce».
—Hesíodo, Teogonía, 744


Justo cuando pensaba que el día no podía ir peor, vi al tipo muerto
de pie junto a mi taquilla. Kayla hablaba sin parar con su habitual
cháchara y ni siquiera se percató de su presencia. Al principio. De
hecho, ahora que lo pienso, nadie más se fijó en él hasta que habló,
lo cual es, por desgracia, una prueba más de mi extraña incapacidad
para encajar.
—No, de verdad Zoey, te juro por Dios que Heath no estaba tan
borracho después del partido. En serio, no deberías ser tan dura
con él.
—Ya —contesté de forma distraída—. Claro. —Entonces tosí.
De nuevo. Me sentía como la mierda. Debía estar cayendo bajo lo
que el señor Wise, mi «más que un poco loco» profesor de biología
avanzada llamaba la Plaga Adolescente.
Si moría, ¿me libraría eso del examen de geometría de mañana?
Solo quedaba esa esperanza.
—Zoey, por favor. ¿Acaso me estás escuchando? Creo que sólo
se tomó unas cuatro, no sé, quizá seis cervezas y tal vez unos tres
chupitos. Pero en realidad eso no importa. Es probable que no
hubiera tomado casi nada si tus estúpidos padres no te hubiesen
obligado a volver a casa después del partido.
Compartimos una mirada de resignación, en total acuerdo sobre
la última injusticia cometida contra mí por mi madre y el perdedor
con el que se había casado hacía tres largos años. Luego, tras una
pausa de apenas un suspiro, K siguió con su parloteo.
—Además, estaba celebrándolo. ¡Me refiero a la victoria sobre los
de Union! —K me sacudió el hombro y acercó su cara a la mía—.
¡Hola! Tu novio...
—Mi casi novio —corregí, haciendo todo lo posible por no toser
en su cara.
—Lo que sea. Heath es nuestro quarterback, así que es normal
que lo celebre. Hacía como un millón de años que Broken Arrow no
ganaba a Union.
—Dieciséis. —Soy lo peor en mates, pero los problemas de K con
los números hacen que yo parezca un genio.
—Vale, lo que sea. El caso es que estaba contento. Deberías dejar
al chico en paz.
—El caso es que estaba hasta el culo por quinta vez al menos
esta semana. Lo siento, pero no quiero salir con un tío cuyo
principal objetivo en la vida ha cambiado de querer jugar al fútbol
universitario a intentar engullir un pack de seis birras sin vomitar.
Por no hablar del hecho de que se va a poner gordo con tanta
cerveza. —Tuve que parar para toser. Me sentía un poco mareada
y me obligué a respirar lenta y profundamente cuando pasó el
ataque de tos. K, con su parloteo, ni se dio cuenta.
—¡Aj! ¡Heath gordo! No es algo que una quiera ver.
Me las arreglé para evitar nuevas ganas de toser.
—Y besarle es como chupar pies empapados en alcohol.
K arrugó el gesto.
—Vale, enferma. Qué pena que esté tan bueno.
Puse los ojos en blanco, sin molestarme en intentar ocultar mi
enfado ante su típica superficialidad.
—Siempre estás de mal humor cuando te pones enferma. Da
igual, no tienes ni idea de la cara de perrito abandonado que Heath
tenía cuando le ignoraste en la comida. Ni siquiera pudo...
Entonces le vi. El tío muerto. Vale, me di cuenta enseguida de que
no estaba técnicamente «muerto». Era un no muerto. O un no
humano. Lo que fuera. Los científicos decían una cosa, la gente decía
otra, pero al final el resultado era el mismo. No había confusión sobre
qué era él, e incluso aunque no hubiera sentido el poder y la oscuridad
que emanaban de él, no había maldita forma de que me pasase
desapercibida su marca, una luna creciente de color azul zafiro en la
frente, además del tatuaje de nudos entrelazados que enmarcaba sus
ojos igualmente azules. Era un vampiro. Era algo peor, un rastreador,
Pues, joder, estaba ahí de pie junto a mi taquilla.
—¡Zoey, que no me estás haciendo caso!
Entonces el vampiro habló y sus ceremoniales palabras fluyeron
a través del espacio que nos separaba, peligrosas y seductoras, como
sangre mezclada con chocolate derretido.
—¡Zoey Montgomery! La Noche os ha escogido, vuestra muerte
será vuestro renacer. La Noche os llama, escuchad su dulce
llamada. ¡El destino os aguarda en La Casa de la Noche!
Levantó un dedo largo y pálido y me señaló. Con el estallido de
dolor en mi frente, Kayla abrió la boca y gritó.
Cuando las manchas brillantes desaparecieron al fin de mis ojos,
levanté la mirada hacia el rostro sin color de K, que me observaba.
Como de costumbre, dije la primera tontería que se me vino a la
cabeza.
—K, los ojos se te salen como los de un pez.
—Te ha marcado. ¡Oh, Zoey! ¡Tienes el perfil de esa cosa en la
frente! —Entonces se llevó la mano temblorosa a sus blancos labios
e intentó, sin éxito, contener un sollozo.
Me incorporé y tosí. Tenía un tremendo dolor de cabeza y me
froté el entrecejo. Notaba una punzada, como si me hubiera
picado una avispa y el dolor se iba extendiendo alrededor de los
ojos y bajaba hasta mis mejillas. Me sentía como si fuese a
vomitar.
—¡Zoey! —K ahora sí que lloraba y hablaba entre pequeños
hipos húmedos—. Oh... Dios... mío. Ese tío era un rastreador. ¡Un
rastreador de vampiros!
—K. —Guiñé los ojos con fuerza, en un intento de despejar el
dolor de cabeza—. Deja de llorar. Ya sabes que odio que llores.
—Estiré los brazos para intentar tranquilizarla tocándole los
hombros.
Ella se encogió de forma instintiva y se alejó de mí.
No podía creerlo. Se había apartado, como si me tuviese miedo.
Debió ver el dolor en mis ojos, porque al momento empezó de
nuevo con su cháchara incesante.
—¡Oh, Dios, Zoey! ¿Qué vas a hacer? No puedes ir a ese lugar.
No puedes ser una de esas cosas. ¡Esto no está pasando! ¿Con quién
se supone que voy a ir ahora a los partidos de fútbol?
Me percaté de que no se había acercado a mí en ningún momento
durante su arranque. Me aferré a ese sentimiento de dolor y
malestar en mi interior que amenazaba con hacerme romper a
llorar. Mis ojos se secaron al instante. Era buena ocultando las
lágrimas. Tenía que serlo, había tenido tres años para practicar.
—No pasa nada. Lo solucionaré. Es probable que no sea más que
un... extraño error —mentí.
En realidad no conversaba, tan solo hacía que salieran palabras
de mi boca. Todavía haciendo una mueca por el dolor de cabeza,
me puse en pie. Al mirar a mi alrededor tuve una ligera sensación
de alivio al ver que K y yo éramos las únicas en la sala de mates
y tuve que contener lo que sabía que era una risa histérica. Si no
hubiese estado totalmente atacada con el dichoso examen de
geometría que tenía al día siguiente, razón por la que había
corrido hacia mi taquilla para coger el libro con la intención de
intentar estudiar de forma obsesiva (e inútil) por la noche, el
rastreador me hubiese encontrado frente a la escuela con la
mayoría de los mil trescientos chicos que iban al Instituto Sur de
Secundaria de Broken Arrow, esperando a lo que el estúpido clon
de Barbie que tengo por hermana llama «la gran limusina amarilla
». Tengo un coche, pero estar allí con los menos afortunados
que tienen que ir en los autobuses es la tradición, por no mencionar
que es una excelente manera de observar quién pega a quién.
Por lo que parecía, tan solo había otro chico en la sala de mates; un
empollón alto y delgado con los dientes torcidos, de los que por
desgracia tenía un primer plano porque estaba allí de pie con la
boca abierta, y mirándome como si yo acabase de dar a luz a una
piara de cerdos voladores.
Tosí de nuevo, en esta ocasión una tos realmente húmeda y
desagradable. El empollón emitió un leve chillido y se escabulló por
la sala hacia el aula de la señora Day, aferrando un fino tablero
contra su huesudo pecho. Supongo que el club de ajedrez había
cambiado su hora de reunión a los lunes después de clase.
¿Juegan los vampiros al ajedrez? ¿Había vampiros empollones? ¿Y
qué hay de animadoras vampiras tipo Barbie? ¿Tocaba algún vampiro
en la banda? ¿Había vampiros Emo con su raro estilo «chico con
pantalón de chica» y esos horribles flequillos cubriéndoles media
cara? ¿O eran todos esos extraños chicos góticos a los que no les
gustaba demasiado lavarse? ¿Me iba a convertir en una chica gótica?
O peor, ¿en una Emo? No me gustaba particularmente ir de negro,
al menos no solo de negro, ni sentía una repentina aversión hacia el
agua y el jabón, ni tampoco tenía un deseo obsesivo de cambiar mi
peinado y llevar demasiado lápiz de ojos.
Todo esto se arremolinaba en mi cabeza mientras sentía que otro
pequeño ataque de risa histérica intentaba escapar de mi garganta,
y casi estuve agradecida cuando salió en forma de tos.
—¿Zoey? ¿Estás bien? —La voz de Kayla sonaba demasiado alta,
como si alguien la pellizcase, y se había alejado otro paso de mí.
Suspiré y sentí mi primera semilla de ira. Yo no había pedido
nada de esto. K y yo habíamos sido las mejores amigas desde tercero
y ahora me miraba como si me hubiese transformado en un
monstruo.
—Kayla, soy yo. La misma de hace dos segundo y hace dos horas
y hace dos días. —Hice un gesto de frustración hacia el dolor
punzante de mi cabeza—. ¡Esto no cambia quién soy!
Los ojos de K se llenaron otra vez de lágrimas, pero, afortunadamente,
su teléfono comenzó a sonar con el Material Girl de
Madonna. De forma automática, miró el identificador de llamada.
Adiviné por su expresión de cordero degollado que se trataba de su
novio, Jared.
—Venga —dije con voz floja y cansada—. Vete a casa con él.
Su mirada de alivio fue como una bofetada en la cara.
—¿Me llamas luego? —lanzó por encima del hombro, mientras
emprendía una rápida retirada por la puerta lateral.
La observé correr por el césped del lado este hacia el aparcamiento.
Pude ver cómo llevaba el teléfono móvil aplastado contra la oreja
y hablaba con Jared en pequeñas y animadas ráfagas. Estoy segura
de que ya le estaba contando que me estaba convirtiendo en un
monstruo.
El problema, por supuesto, era que convertirse en un monstruo
era la más atractiva de mis dos opciones. Opción número uno: me
convierto en un vampiro, que es igual que un monstruo para
cualquier ser humano. Opción número dos: mi cuerpo rechaza el
cambio y muero. Para siempre.
Así que las buenas noticias eran que no tendría que hacer el
examen de geometría al día siguiente.
Las malas noticias eran que tendría que mudarme a La Casa de la
Noche, un internado privado en la periferia del centro de Tulsa,
conocido por todos mis amigos como Escuela de Adiestramiento
Vampírico, en la que pasaría los próximos cuatro años sufriendo
extraños e innombrables cambios físicos, así como un cambio de
vida radical y permanente. Y todo eso solo si aquel proceso no me
mataba.
Genial. No quería hacer ninguna de las dos cosas. Tan solo quería
intentar ser normal, a pesar de la carga que suponían mis padres
ultraconservadores, el trol que tenía por hermano pequeño y mi
«soy tan perfecta» hermana mayor. Quería aprobar geometría.
Quería seguir teniendo notas altas para que me aceptasen en la
escuela de veterinaria de la Ohio State y largarme de Broken
Arrow, Oklahoma. Pero, por encima de todo, quería encajar; al
menos en la escuela. Lo de mi casa era una tarea imposible, así que
lo único que me quedaba eran mis amigos y mi vida lejos de la
familia.
Ahora también se me estaba arrebatando eso.
Me froté la frente y luego me revolví el pelo hasta que casi me
cubrió los ojos y, con un poco de suerte, la marca que había
aparecido sobre ellos. Me apresuré hacia la puerta que conducía al
aparcamiento de alumnos con la cabeza gacha, como si estuviera
fascinada con la porquería que se había acumulado en mi bolso.
Pero me detuve poco antes de salir. A través de los cristales que
se juntaban en las puertas de aspecto institucional podía ver a
Heath. Las chicas se arremolinaban a su alrededor, haciendo poses
y lanzando el pelo al aire, mientras que los chicos daban ridículos
acelerones a sus enormes camionetas e intentaban (y en la mayoría
de los casos fracasaban) parecer guays. ¿Quién iba a pensar que yo
elegiría sentirme atraída por eso? No, en honor a la verdad debo
recordarme a mí misma que Heath solía ser increíblemente dulce,
e incluso tenía sus momentos. La mayoría de ellos cuando tenía el
detalle de estar sobrio.
Las risillas tontas y agudas de las chicas llegaban revoloteando
hasta mí desde el aparcamiento. Genial. Kathy Richter, el putón de
la escuela, intentaba dar un manotazo a Heath. Incluso desde mi
posición era obvio que ella pensaba que golpearle era una especie de
ritual de apareamiento. Como de costumbre, el despistado Heath
no hacía otra cosa que quedarse allí sonriendo. Bueno, qué diablos,
mi día no iba a ir mucho mejor. Y ahí estaba mi Volkswagen
Escarabajo color turquesa de 1966, justo en medio del grupo. No.
No podía salir ahí. No podía caminar entre ellos con esta cosa en la
frente. Nunca más podría volver a formar parte de ellos. Sabía
demasiado bien lo que harían. Recordé al último chico al que un
rastreador había elegido en el Instituto Sur de Secundaria.
Sucedió al inicio de curso del año pasado. El rastreador había
venido antes del comienzo de las clases y había identificado al chico
cuando se dirigía a su primera hora de clase. No pude ver al
rastreador, pero vi al chico después, durante un instante, después
de que soltase sus libros y saliera corriendo del edificio, con la marca
brillando en su pálida frente y las lágrimas empapando sus blanquísimas
mejillas. Nunca olvidaré lo abarrotados que habían estado los
pasillos aquella mañana y cómo todo el mundo se había apartado de
él como si tuviera la peste cuando corrió para huir por la puerta
principal de la escuela. Yo había sido uno de esos chicos que se
apartaron de su camino y se le quedaron mirando, a pesar de que
sentía auténtica lástima por él. Lo único que no quería era ser
etiquetada como «esa chica que es amiga de esos bichos raros».
Ahora resulta bastante irónico, ¿verdad?
En vez de ir hacia mi coche, me dirigí hacia el baño más cercano,
que por suerte estaba vacío. Había tres puertas de inodoro. Sí,
comprobé cada una por si había pies. En una pared había dos
lavabos, sobre los cuales colgaban dos espejos de tamaño medio.
Frente a los lavabos, la pared opuesta estaba cubierta por otro
enorme espejo que tenía una repisa debajo para dejar los cepillos,
el maquillaje y qué sé yo qué más. Puse el bolso y el libro de
geometría en la repisa, respiré hondo y de un solo movimiento
levanté la cabeza y me puse el pelo hacia atrás.
Era como mirar a la cara de un desconocido que te es familiar. Ya
sabes, esa persona que ves entre la multitud y que jurarías que
conoces, pero que en realidad no es así. Ahora esa persona era yo:
la desconocida familiar.
Tenía mis mismos ojos. Eran del mismo color avellana que nunca
podía decirse si tendía al verde o al marrón, pero mis ojos nunca
habían sido tan grandes y redondos. ¿O sí? Tenía el mismo pelo que
yo. Largo y liso y casi tan oscuro como había sido el de mi abuela
antes de que empezara a volverse canoso. La desconocida tenía mis
mismos pómulos elevados, mi nariz larga y fuerte y mi boca ancha;
más rasgos heredados de mi abuela y de sus ancestros cheroqui.
Pero mi cara nunca había sido así de pálida. Siempre había tenido
un tono oliváceo, con la piel más oscura que nadie de mi familia.
Aunque tal vez no era que mi piel estuviese de repente muy
blanca... Quizá solo parecía pálida en contraste con el contorno azul
oscuro de la luna creciente perfectamente situada en el centro de mi
frente. O quizá era aquella horrible luz de fluorescente. Esperaba
que fuera por la luz.
Observé el tatuaje de aspecto exótico. Unido a mis fuertes rasgos
cheroqui, parecía otorgarme un toque salvaje... como si perteneciese
a un tiempo antiguo en el que el mundo era más grande... más
primitivo.
A partir de aquel día mi vida no volvería a ser la misma. Y por un
momento —solo un instante— me olvidé del miedo a no encajar y
sentí un inesperado arrebato de placer, mientras muy dentro de mí
la sangre de la gente de mi abuela se regocijaba.

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