BIENVENIDOS, AQUI SUBIRE LOS PRIMERO CAPITULOS DE LOS LIBROS LA CASA DE LA NOCHE EN ESPAÑOL!! ESPERO OS GUSTE!!!

martes, 7 de abril de 2009

capitulo 2 y 3 de marcada!!

2
Cuando imaginé que ya había pasado el tiempo suficiente para que
todo el mundo hubiese abandonado la escuela, volví a dejar caer el
pelo sobre mi frente y salí del baño en dirección a las puertas que
llevaban al aparcamiento de los alumnos. Todo parecía despejado.
Tan solo había un chico al final del aparcamiento con esos pantalones
anchos para nada atractivos en plan: «quiero ser parte de una
banda». Tenía toda su concentración puesta en evitar que se le
cayeran los pantalones a medida que andaba, así que ni se percataría
de mi presencia. Apreté los dientes ante las punzadas de dolor en la
cabeza, abrí la puerta y fui directa hacia mi Escarabajo.
En el momento en que puse un pie en la calle el sol comenzó a
azotarme. Lo digo porque no era un día particularmente soleado.
Había muchas de esas nubes grandes e hinchadas que parecían tan
bonitas en las fotos, flotando en el cielo, medio tapando el sol. Pero
eso no importaba. Tuve que entrecerrar los ojos con dolor y
mantener la mano en alto para tapar la intermitente luz. Supongo
que estaba tan concentrada en el dolor que la luz solar normal me
causaba, que no me fijé en la furgoneta hasta que chirrió con un
frenazo frente a mí.
—¡Oye, Zo! ¿Es que no has visto mi mensaje?
¡Oh, mierda mierda mierda! Era Heath. Levanté la vista, mirándole
entre los dedos como si estuviera viendo una de esas estúpidas
películas de terror. Estaba sentado en la parte trasera de la pickup
de su amigo Dustin. A su espalda podía ver la cabina de la
camioneta, en la que Dustin y su hermano Drew hacían lo que
hacían de forma habitual: pelearse y discutir sobre Dios sabe qué
chorrada de chicos. Por suerte me ignoraban. Miré de nuevo a
Heath y suspiré. Tenía una cerveza en la mano y una sonrisa
bobalicona en la cara. Olvidando por un momento que acababa de
ser marcada y que estaba destinada a convertirme en un monstruo
chupasangre marginado, le miré con el ceño fruncido.
—¡Estás bebiendo en la escuela! ¿Estás loco?
Su sonrisa de crío se hizo más grande.
—Sí, estoy loco, ¡loco por ti, nena!
Negué con la cabeza mientras le daba la espalda, abrí la puerta
chirriante de mi Escarabajo y lancé los libros y la mochila al asiento
del acompañante.
—¿Y por qué no estáis entrenando al fútbol? —dije, manteniendo
la cara lejos de su vista.
—¿Es que no te has enterado? ¡Nos han dado el día libre por la
paliza que le dimos a Union el viernes!
Dustin y Drew, que después de todo sí que parecían habernos
estado prestando atención, lanzaron un par de «¡Yu-juuu!» y
«¡Sííí!» desde dentro de la camioneta.
—Oh. Uh, no. Debo haberme perdido el anuncio. He estado muy
liada todo el día. Ya sabes, el gran examen de geometría de mañana.
—Intenté sonar normal y despreocupada. Entonces me entró la tos
y añadí:—Además, estoy agarrando un maldito resfriado.
—Zo, en serio. ¿Estás mosqueada o algo? Yo que sé, ¿te ha dicho
Kayla alguna chorrada sobre la fiesta? Sabes que yo no te he puesto
los cuernos.
¿Eh? Kayla no había dicho ni una sola palabra referente a que
Heath me hubiera puesto los cuernos. Como una imbécil, me olvidé
(vale, temporalmente) de mi nueva marca. Giré la cabeza de golpe
para poder mirarle a la cara.
—¿Qué es lo que hiciste, Heath?
—Zo, ¿yo? Ya sabes que yo nunca... —Pero su acto inocente y sus
excusas se apagaron para formar una poco atractiva mirada boquiabierta
de asombro cuando se fijó en mi marca.
—¿Pero qué...? —comenzó a decir, pero le corté.
—¡Chsss! —Hice un gesto con la cabeza hacia los todavía
distraídos Dustin y Drew, que ahora cantaban a pleno pulmón las
canciones del último CD de Toby Keith.
Los ojos de Heath aún estaban abiertos de par en par con
asombro, pero bajó la voz.
—¿Es eso algún tipo de maquillaje que estás probando para la
clase de teatro?
—No —susurré—. No lo es.
—Pero no puedes estar marcada. Estamos saliendo.
—¡No estamos saliendo! —Y así es como terminó mi medio
tregua con la tos. Casi me doblé por completo, intentando aguantar
una tos con flemas realmente desagradable.
—¡Oye, Zo! —gritó Dustin desde la cabina—. Vas a tener que
dejar esos cigarrillos.
—Sí, suena como si fueses a echar un pulmón o algo —dijo Drew.
—¡Tronco, déjala en paz! Sabes que ella no fuma. Es que es un
vampiro.
Genial. Maravilloso. Heath, con su habitual falta total y absoluta
de cualquier cosa parecida al sentido común, pensó que estaba
defendiéndome al gritar a sus amigos, que de forma instantánea
sacaron la cabeza por las ventanillas abiertas y me miraron embobados
como si fuese un experimento científico.
—Oh, mierda. ¡Zoey es un puto bicho! —dijo Drew.
Las insensibles palabras de Drew hicieron que la ira, que había
estado hirviendo a fuego lento en algún lugar de mi interior desde
que Kayla se apartara de mí, bullese y se desbordase. Ignorando el
dolor que el sol me causaba, miré fijamente a los ojos de Drew.
—¡Calla la puta boca! He tenido un muy mal día y no necesito
más mierda también por tu parte. —Hice una pausa para mirar de
Drew, ahora callado y con los ojos como platos, a Dustin y añadí:
—Ni de la tuya. —Y mientras mantenía el contacto visual con
Dustin me di cuenta de algo. Algo que me asombró y al mismo
tiempo me produjo una extraña excitación: Dustin parecía asustado.
Asustado de verdad. Volví a mirar a Drew. También parecía
asustado. Entonces lo sentí. Una sensación de cosquilleo que
recorrió mi piel e hizo que mi nueva marca ardiese.
Poder. Sentí poder.
—¿Zo? ¿Pero qué coño...? —La voz de Heath interrumpió mi
concentración e hizo que apartase la mirada de los hermanos.
—¡Larguémonos de aquí! —dijo Dustin, metiendo la marcha de
la camioneta y pisando el acelerador. La camioneta dio una sacudida
hacia delante, haciendo que Heath perdiese el equilibrio y se
deslizara, haciendo el molino con los brazos y la cerveza, contra el
asfalto del aparcamiento.
Automáticamente, corrí hacia él.
—¿Estás bien? —Heath estaba apoyado sobre manos y rodillas
y me agaché para ayudarle a ponerse en pie.
Entonces fue cuando lo olí. Había algo que olía maravilloso;
cálido, dulce y delicioso.
¿Llevaba Heath una nueva colonia? ¿Una de esas cosas raras de
feromonas que se supone que atraen a las mujeres como un gran
cazainsectos manipulado genéticamente? No me di cuenta de lo
cerca que estaba de él hasta que se estiró del todo y nuestros cuerpos
estuvieron casi pegados. Bajó la vista y me miró con ojos
interrogantes.
No me aparté de él. Debería haberlo hecho. Lo hubiera hecho
antes... pero no ahora. Hoy no.
—¿Zo? —dijo suavemente, con voz profunda y ronca.
—Hueles muy bien —no pude evitar decir. El corazón me latía
con tanta fuerza que podía escuchar su eco en mis palpitantes
sienes.
—Zoey, te he echado mucho de menos. Tenemos que volver a
estar juntos. Sabes que te quiero de verdad. —Acercó la mano a mi
cara y ambos nos dimos cuenta de la sangre que cubría la palma de
su mano—. Ah, mierda. Supongo que me he... —Su voz se apagó
cuando me miró a la cara. Solo podía imaginar el aspecto que
tendría, con la cara toda blanca, mi nueva marca delineada con un
brillo azul zafiro y los ojos mirando fijamente la sangre de su mano.
No podía moverme, ni apartar la mirada.
—Quiero... —Susurré—. Quiero... —¿Qué es lo que quería? No
podía expresarlo con palabras. No, no era eso. No quería expresarlo
con palabras. No quería hablar en voz alta de la sobrecogedora
oleada de deseo candente que intentaba ahogarme. Y no era porque
Heath estuviese tan cerca. Ya había estado así de cerca antes.
Demonios, llevábamos enrollándonos desde hacía un año, pero
nunca me había hecho sentir así... Nunca así. Me mordí el labio y
gemí.
La pickup chirrió hasta detenerse dando un coletazo junto a
nosotros. Drew bajó de un salto, rodeó a Heath por la cintura y tiró
de él hacia atrás para meterlo en la cabina de la camioneta.
—¡Suéltame! ¡Estoy hablando con Zoey!
Heath intentó forcejear con Drew, pero el chico era un defensa
veterano del equipo de Broken Arrow, y realmente enorme. Dustin
tiró de ellos y cerró de un golpe la puerta de la camioneta.
—¡Déjale en paz, monstruo! —me chilló Drew mientras Dustin
pisaba a fondo el acelerador, y esta vez salieron pitando de verdad.
Entré en mi Escarabajo. Las manos me temblaban con tanta
fuerza que tuve que intentarlo tres veces antes de conseguir poner
el motor en marcha.
—Tan solo ve a casa. Tan solo ve a casa. —Repetí esas palabras
una y otra vez entre toses desgarradoras mientras conducía. No
quería pensar en lo que acababa de ocurrir. No podía pensar en lo
que acababa de ocurrir.
Tardé quince minutos en llegar a casa, pero me pareció que pasaban
en un abrir y cerrar de ojos. Me encontraba en el paseo de entrada
demasiado pronto, intentando prepararme para la escena que me
esperaba dentro, tan segura como que el rayo precede al trueno.
¿Por qué había estado deseando llegar allí? Supongo que técnicamente
no lo deseaba tanto. Supongo que tan solo estaba huyendo
de lo que había sucedido en el aparcamiento con Heath.
¡No! No iba a pensar en aquello ahora. Además, probablemente
había algún tipo de explicación racional para todo, una explicación
racional y sencilla. Dustin y Drew eran unos retrasados, cerebros
totalmente inmaduros llenos de cerveza. No había usado un nuevo
poder espeluznante para intimidarles. Tan solo les había asustado
ver mi marca. Era simplemente eso. Es decir, la gente tenía miedo
a los vampiros.
—¡Pero yo no soy un vampiro! —dije. Entonces tosí mientras
recordaba la hipnótica belleza de la sangre de Heath y el arrebato de
deseo que había sentido hacia él. No hacia Heath, sino hacia la
sangre de Heath.
¡No! ¡No! ¡No! La sangre no era bella ni deseable. Debía estar
bajo los efectos de una conmoción. Eso era. Tenía que ser eso. Estaba
en estado de shock y no podía pensar con claridad. Vale... Vale...
Distraídamente, me toqué la frente. Había dejado de quemar, pero
aún la sentía diferente. Tosí por enésima vez. De acuerdo. No
pensaría en Heath, pero no podía seguir negándolo. Me sentía
diferente. Mi piel estaba ultrasensible. Me dolía el pecho y, a pesar
de que llevaba puestas mis gafas de sol Maui Jim, seguía abriendo
los ojos con dolor.
—Me estoy muriendo... —gemí, y entonces cerré la boca al
instante. Puede que efectivamente me estuviese muriendo. Levanté
la vista hacia la gran casa de ladrillo que, después de tres años, aún no
sentía como mi hogar. «Supéralo. Simplemente supéralo». Al menos
mi hermana no habría llegado aún a casa. Ensayo de animadoras. Con
un poco de suerte, el trol estaría hipnotizado con su nuevo videojuego
Fuerza Delta: Black Hawk Derribado. Puede que tuviera a mamá para
mí sola. Quizá ella lo entendería... Quizá ella sabría qué hacer...
Ah, diablos. Tenía dieciséis años, pero de repente me di cuenta de
que no quería a nada tanto como a mi madre.
—Por favor, que lo entienda —susurré en una sencilla oración a
cualquier dios o diosa que pudiera estar escuchandome.
Como de costumbre, entré por el garaje. Recorrí el pasillo hacia
mi habitación y tiré el libro de geometría, el bolso y la mochila sobre
la cama. Luego, respiré hondo y fui, un poco temblorosa, en busca
de mi madre.
Estaba en el cuarto de estar, acurrucada en el borde del sofá,
bebiendo una taza de café y leyendo Sopa de pollo para el alma de
la mujer. Parecía tan normal, tanto como solía parecer. Salvo
porque solía leer romances exóticos y llevaba maquillaje de forma
habitual. Aquellas eran dos cosas que su nuevo marido no permitía
(menudo cerdo).
—¿Mamá?
—¿Hum? —No levantó la mirada.
Tragué con fuerza.
—Mamá. —Usé el nombre con el que solía llamarla antes de que
se casara con John—. Necesito tu ayuda.
No sé si fue el uso inesperado de «Mamá» o si algo en mi voz
activó una pizca de intuición materna que aún quedaba en algún
lugar de su interior, pero los ojos que levantó de inmediato del libro
eran dulces y estaban llenos de preocupación.
—¿Qué es, cariño...? —empezó a decir, pero las palabras se
congelaron en sus labios cuando sus ojos descubrieron la marca en
mi frente.
—¡Oh, Dios! ¿Qué es lo que has hecho ahora?
El corazón comenzó a dolerme de nuevo.
—Mamá, yo no he hecho nada. Esto es algo que me ha ocurrido,
no lo he provocado yo. No es culpa mía.
—¡Oh, por favor, no! —gimió como si yo no hubiera dicho una
sola palabra—. ¿Qué va a decir tu padre?
Yo quería gritar: ¡cómo íbamos ninguno a saber lo que iba a decir
mi padre si no le habíamos visto u oído nada de él desde hacía
catorce años! Pero sabía que no serviría para nada y siempre la
enloquecía cuando le recordaba que John no era mi verdadero
padre. Así que probé una táctica diferente. Una que había abandonado
hacía tres años.
—Mama, por favor. ¿No podrías ocultárselo? Al menos durante
un día o dos. Mantenerlo en secreto entre nosotras dos hasta que...
no sé... nos acostumbremos a ello o algo. —Contuve el aliento.
—Pero, ¿qué le diré? Ni siquiera puedes tapar esa cosa con
maquillaje. —Sus labios hicieron una mueca extraña cuando lanzó
una mirada nerviosa a la luna creciente.
—Mamá, no me refería a quedarme aquí mientras nos acostumbramos
a ello. Tengo que irme, ya lo sabes. —Tuve que hacer una
pausa cuando una fuerte tos hizo temblar mis hombros—. El
rastreador me marcó. Tengo que mudarme a La Casa de la Noche o
me pondré más y más enferma. —Y entonces moriré, intenté decir
con los ojos. Ni siquiera podía decir las palabras—. Tan solo quiero
un par de días antes de tener que enfrentarme a... —Me callé para no
tener que pronunciar su nombre, en esta ocasión provocando la tos
a propósito, lo cual no era difícil.
—¿Qué le voy a decir a tu padre?
Sentí un ataque de miedo ante el pánico en su voz. ¿No era ella
la madre? ¿No se suponía que ella tenía las respuestas en lugar de
las preguntas?
—Solo... solo dile que voy a pasar los próximos dos días en casa
de Kayla porque tenemos que entregar un proyecto enorme de
biología.
Observé el cambio en los ojos de mi madre. La preocupación se
disipó y dio paso a la dureza que conocía demasiado bien.
—Así que lo que estás diciendo es que quieres que le mienta.
—No, mamá. Lo que estoy diciendo es que quiero que, por una
vez, antepongas lo que yo necesito a lo que él quiere. Quiero que
seas mi mamá. ¡Que me ayudes a hacer el equipaje y me acompañes
a esta nueva escuela porque estoy asustada y enferma y no sé si
puedo hacerlo yo sola! —Acabé a toda prisa, respirando con fuerza
y tosiendo en la mano.
—No sabía que había dejado de ser tu madre —dijo con frialdad.
Me hizo sentir aún más agotada que Kayla. Suspiré.
—Creo que ese es el problema, mamá. No te importa lo suficiente
como para darte cuenta. No te ha importado nada salvo John desde
que te casaste con él.
Sus ojos se estrecharon al mirarme.
—No sé cómo puedes ser tan egoísta. ¿No te das cuenta de todo
lo que ha hecho por nosotros? Gracias a él dejé aquel horrible
trabajo en Dillards. Gracias a él no tenemos que preocuparnos por
el dinero y tenemos esta casa grande y bonita. Gracias a él tenemos
seguridad y un brillante futuro.
Había escuchado aquellas palabras tan a menudo que podía
haberlas recitado con ella. Era en este punto de nuestras no
conversaciones cuando yo solía disculparme y volvía a mi habitación.
Pero hoy no podía disculparme. Hoy era diferente. Todo era
diferente.
—No, madre. La verdad es que por culpa de él no has prestado la
más mínima atención a tus hijos durante tres años. ¿Sabías que tu
hija mayor se ha convertido en una putilla taimada y malcriada que
se ha tirado a medio equipo de fútbol? ¿Sabes qué sangrientos y
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desagradables videojuegos esconde Kevin? ¡No, pues claro que no!
Los dos actúan como si fuesen felices y fingen que les gusta John y
todo este rollo de familia de ensueño, así que tú les sonríes, rezas
por ellos y les dejas hacer lo que sea. ¿Y yo? Crees que soy la mala
porque no finjo, porque soy honesta. ¿Sabes qué? ¡Estoy tan harta
de mi vida que me alegro de que el rastreador me haya marcado!
Llaman a esa escuela de vampiros La Casa de la Noche, ¡pero no
puede ser más oscura que esta casa «perfecta»! —Antes de que
pudiera llorar o gritar, me di la vuelta y me fui sin decir palabra a
mi habitación, cerrando la puerta de un golpe tras de mí.
Ojalá se ahoguen todos.
A través de aquellas paredes demasiado delgadas pude oír a mi
madre haciendo una histérica llamada a John. No había duda de que
vendría a toda velocidad a casa para ocuparse de mí, «el problema».
En lugar de caer en la tentación que sentía de sentarme en la cama y
llorar, vacié la mochila de la porquería de la escuela. ¿Para qué lo
necesitaba a donde iba? Probablemente ni siquiera tienen clases
normales. Es probable que tengan clases como «Desgarrar la garganta
de la gente» e... e... «Introducción a cómo ver en la oscuridad». Lo
que sea.
No importaba lo que mi madre hubiera hecho o no, no podía
quedarme allí. Tenía que irme.
Así que, ¿qué necesitaba llevar conmigo?
Mis dos pares de vaqueros favoritos, aparte de lo que llevaba
puesto. Un par de camisetas negras. En fin, ¿qué otra cosa llevan los
vampiros si no? Además, te hacen parecer más delgada. Estuve a
punto de dejar mi bonita blusa de color celeste brillante, porque
todo ese negro iba a deprimirme más con toda probabilidad, así que
también la incluí. Luego llené la bolsa lateral de sujetadores, tangas
y cosas de maquillaje y para el pelo. Estuve a punto de dejar mi
peluche, Otis el Pes (no podía decir «pez» cuando tenía dos años),
sobre la almohada, pero... bueno... vampiro o no, no creía que fuese
a dormir muy bien sin él, así que lo metí con cuidado en la maldita
mochila.
Entonces oí llamar a mi puerta y aquella voz me habló desde
fuera.
—¿Qué? —chillé, y a continuación me convulsioné con un
desagradable ataque de tos.
—Zoey. Tu madre y yo tenemos que hablar contigo.
Genial. Estaba claro que no se habían ahogado.
Acaricié a Otis el Pes.
—Otis, esto es una mierda. —Estiré los hombros, tosí otra vez y
salí a hacer frente al enemigo.
3
A primera vista, el perdedor de mi padrastro, John Heffer, parecía
un buen tipo, casi normal. (Sí, ese es su verdadero nombre; y por
desgracia también es ahora el apellido de mi madre. Es la señora
Heffer. ¿Te lo puedes creer?). Cuando él y mi madre comenzaron
a salir, incluso escuché a alguna de las amigas de mamá decir que era
«guapo» y «encantador». Al principio. Por supuesto, ahora mamá
tiene todo un nuevo grupo de amigas, unas que el señor Guapo y
Encantador encuentra más apropiadas que el grupo de mujeres
solteras y divertidas con las que acostumbraba a salir.
Nunca me gustó. De verdad. No lo digo solo porque no pueda
soportarle ahora. Desde el primer día en que le conocí tan solo vi
una cosa: un farsante. Finge ser un tío majo. Finge ser un buen
marido. Incluso finge ser un buen padre.
Tiene el mismo aspecto de cualquier otro padre. Tiene el pelo
oscuro, piernas delgadas y está echando barriga. Sus ojos son como
su alma, de un color pardo pálido y frío.
Entré en la sala de estar y le encontré de pie junto al sofá. Mi
madre estaba acurrucada al borde, agarrándose las manos. Sus ojos
ya estaban enrojecidos y acuosos. Fantástico. Iba a hacer de madre
histérica y dolida. Es un papel que interpreta muy bien.
John intentó atravesarme con la mirada, pero mi marca le
distrajo. Torció el gesto con desagrado.
—¡Aléjate de mí, Satanás! —citó, con lo que a mí me gusta
llamar su voz de sermón.
Suspiré.
—No es Satanás. Tan solo soy yo.
—Ahora no es momento de sarcasmo, Zoey —dijo mamá.
—Yo me ocuparé de esto, cari —dijo el perdedor, acariciando su
hombro distraídamente antes de volver a centrar su atención sobre mí.
—Te dije que tu mal comportamiento y tu problema de actitud
te pasarían factura. Ni siquiera estoy sorprendido de que haya
ocurrido tan pronto.
Negué con la cabeza. Me lo esperaba. Es justo lo que esperaba y
aun así fue un golpe. El mundo entero sabía que no había nada que
pudiera hacerse para provocar el cambio. Todo ese «si te muerde un
vampiro, mueres y te conviertes en uno» no es más que pura
ficción. Los científicos han intentado durante años descubrir qué es
lo que causa la secuencia de eventos físicos que llevan al vampirismo,
con la esperanza de que si lo descubrían podrían curarlo, o al menos
inventar una vacuna para luchar contra ello. Hasta el momento no
había habido suerte. Pero resulta que ahora John Heffer, el perdedor
de mi padrastro, había descubierto de repente que el mal
comportamiento adolescente —en especial mi mal comportamiento,
que en su mayoría consistía en alguna mentira ocasional,
algunas ideas cabreantes y comentarios de listilla dirigidos principalmente
contra mis padres, y quizá algo de lujuria medio inofensiva
hacia Ashton Kutcher (es triste que le gusten las mujeres
mayores)— era de hecho lo que provocaba esta reacción física en mi
cuerpo. ¡Bueno, joder! ¿Quién sabe?
—Esto no es algo que yo haya provocado —conseguí decir
finalmente—. Esto no ha sucedido por mi culpa. Me lo han hecho.
Cualquier científico del planeta estaría de acuerdo con eso.
—Los científicos no lo saben todo. No son hombres de Dios.
Me le quedé mirando. Él era un patriarca de las «gentes de fe»,
una posición de la que estaba, oh, tan orgulloso. Era una de las
razones por las que mamá se había sentido atraída por él, y a un
nivel estrictamente lógico podía entender por qué. Ser un patriarca
significaba que un hombre tenía éxito. Tenía el trabajo adecuado.
Una bonita casa. La familia perfecta. Se suponía que hacía lo
correcto y creía en lo correcto. Sobre el papel tenía que ser una gran
elección como nuevo marido y como padre. Qué lástima que el
papel no hubiese mostrado la historia al completo. Y ahora, con
toda probabilidad, iba a jugar la carta del patriarca y a lanzarme a
Dios a la cara. Apostaría mis nuevos zapatos Steve Madden a que
aquello irritaba a Dios tanto como me cabreaba a mí.
Lo intenté de nuevo.
—Lo hemos estudiado en biología avanzada. Es una reacción
fisiológica que tiene lugar en los cuerpos de algunos adolescentes
cuando se eleva su nivel hormonal. —Hice una pausa, pensando
con detenimiento y totalmente orgullosa de mí misma por recordar
algo que había aprendido el semestre pasado—. En cierta gente las
hormonas desencadenan esto y lo otro en un... un... —Hice un
esfuerzo y recordé—: Un hilo de ADN desechado, que inicia todo el
cambio. —Sonreí, no a John en realidad, sino porque me asombraba
mi capacidad para recordar cosas de un tema con el que habíamos
acabado hacía meses. Sabía que la sonrisa fue un error cuando
observé aquella mandíbula familiarmente apretada.
—El saber de Dios supera a la ciencia y es una blasfemia por tu
parte decir lo contrario, jovencita.
—¡Nunca he dicho que los científicos sean más listos que Dios!
—dije lanzando las manos hacia arriba, al tiempo que trataba de
contener la tos—. Tan solo intento explicarte todo esto.
—No necesito que alguien de dieciséis años me explique nada.
Bueno, llevaba puestos esos pantalones realmente feos y aquella
horrible camisa. Estaba claro que necesitaba que una adolescente le
explicase algunas cosas, pero pensé que no era el momento adecuado
para mencionar su evidente y desafortunado problema con la
moda.
—Pero John, cariño, ¿qué vamos a hacer con ella? ¿Qué dirán los
vecinos? —Su cara palideció aún más y contuvo un sollozo—. ¿Qué
dirá la gente en misa el domingo?
John frunció el ceño cuando abrí la boca para contestar y me
interrumpió antes de que pudiese hablar.
—Vamos a hacer lo que debe hacer cualquier familia de bien. Lo
dejaremos en manos de Dios.
¿Me iban a mandar a un convento? Por desgracia, tuve que
ocuparme de otra serie de ataques de tos, así que siguió hablando.
—También vamos a llamar al doctor Asher. Él sabrá qué hacer
para apaciguar esta situación.
Maravilloso. Fantástico. Iba a llamar al loquero de la familia, el
Increíble Hombre Inexpresivo. Perfecto.
—Linda, llama al número de emergencias del doctor Asher y
luego creo que sería sensato activar la cadena telefónica de oraciones.
Asegúrate de que los otros patriarcas saben que tienen que
reunirse aquí.
Mi madre asintió y empezó a levantarse, pero las palabras que
salieron de mi boca hicieron que se dejara caer de nuevo en el sillón.
—¡Qué! ¿Tu solución es llamar a un loquero que no tiene ni idea
sobre adolescentes y traer a todos esos viejos estirados aquí? ¡No!
¿No lo entiendes? Tengo que irme. Esta noche. —Tosí con un
sonido desgarrado que me hizo daño en el pecho—. ¡Lo ves! Esto
irá a peor si no me voy con los... —Dudé. ¿Por qué era tan difícil
decir «vampiros»? Porque sonaba tan extraño y, parte de mí lo
admitía, tan fantástico—. Tengo que ir a La Casa de la Noche.
Mamá se puso en pie de un salto y por un instante pensé que iba
a salvarme. Entonces John le puso un brazo posesivo alrededor del
hombro. Ella le miró y, cuando volvió la mirada de nuevo hacia mí,
sus ojos casi parecían pedir disculpas, pero sus palabras, como era
típico, reflejaron solo lo que John hubiese querido que dijera.
—Zoey, seguro que no hará daño que te quedes aunque solo sea
esta noche en casa.
—Claro que no —le dijo John—. Estoy seguro de que el doctor
Asher verá necesario hacer una visita a domicilio. Con él aquí ella
estará perfectamente. —Acarició su hombro, intentando parecer
afectuoso, pero en lugar de dulce sonó viscoso.
Les miré a los dos. No iban a dejarme marchar. No esta noche, y
quizá nunca, o al menos no hasta que tuviera que ser sacada de allí
por los camilleros. De repente comprendí que no era solo por la
marca y por el hecho de que mi vida hubiera cambiado del todo. Era
una cuestión de control. Si me dejaban ir, de alguna manera
perdían. En el caso de mamá, me gustaba pensar que tenía miedo de
perderme. Y sabía lo que John no quería perder. No quería perder
su preciada autoridad y la ilusión de que tenía una pequeña familia
perfecta. Como ya había dicho mamá: ¿Qué pensarían los vecinos
y qué pensaría la gente en misa el domingo? John tenía que
preservar la ilusión, y si eso significaba permitir que yo me pusiera
muy, muy enferma, pues bien, ese era un precio que estaba
dispuesto a pagar.
Yo no estaba dispuesta a pagar, sin embargo.
Supongo que había llegado el momento de que tuviera el control
en mis manos (después de todo, tenían muy bien hecha la manicura).
—Vale —dije—. Llamad al doctor Asher. Poned en marcha la
cadena telefónica. Pero ¿os importa que vaya a echarme hasta que
todo el mundo esté aquí? —Tosí de nuevo por si acaso.
—Pues claro que no, cariño —dijo mamá, que pareció claramente
aliviada—. Puede que un poco de descanso te haga sentir
mejor. —Entonces se apartó del brazo posesivo de John. Sonrió y
luego me abrazó—. ¿Quieres que te dé algo para el catarro?
—No, estaré bien —dije, aferrándome a ella durante solo un
segundo, deseando con todas mis fuerzas que estuviésemos tres
años atrás y aún fuera mía... todavía de mi lado. Entonces respiré
hondo y di un paso atrás—. Estaré bien —repetí.
Me miró y asintió, diciéndome que lo sentía de la única forma
que podía, con los ojos.
Me di la vuelta y comencé a alejarme de ella en dirección a mi
dormitorio. A mi espalda, el perdedor dijo:
—¿Y por qué no nos haces un favor a todos y miras a ver si puedes
encontrar algunos polvos para tapar esa cosa que tienes en la frente?
Ni siquiera me detuve. Simplemente seguí andando. Y no pensaba
llorar.
Voy a recordar esto, me dije a mí misma con seriedad. Voy a
recordar lo terriblemente mal que me han hecho sentir hoy. Así,
cuando esté asustada y sola y lo que quiera que vaya a ocurrirme
empiece a ocurrir, voy a recordar que nada puede ser tan malo como
estar atrapada aquí. Nada.

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